miércoles, 31 de agosto de 2011

Recuerdos de papel

Ingenuos, creíamos estar construyendo un castillo con su fortaleza y un par de dragones en la entrada que nos protegieran de los posibles intrusos. Qué inocentes, pensábamos que se sustentaba en fuertes cimientos, en tierra compacta. El tiempo ha ido apartando las nubes y hoy sólo quedan recuerdos hechos de papel, jugábamos a hacer origami y nos creíamos arquitectos.

Me he prometido no volver a fabricar estereotipos, a idealizar a las personas. Por otra parte, yo mismo decepciono constantemente a mis allegados, ¿por qué iba a esperar que no sucediera a la inversa?.

¿Será la edad, o tal vez nuestro exceso de compatibilidad? ¿Será su pasado? tal vez sus recuerdos de papel. No, no funcionará más.

Tendemos a pensar que aquello que perdemos no es tan importante, es un mecanismo para trivializar la pérdida. Lo cierto es que a veces lo es... Pero ya empiezo a verlo lejano, prescindible.


martes, 28 de junio de 2011

Incompleto

¿Nunca os ha pasado que hay palabras que no encontramos en el diccionario? Es el caso de "incompletud" o "incomplitud". El concepto que define a la flor que le faltan algunos pétalos; que define a la luna cuando no la vemos llena, que define a las almas que - sin ser del todo conscientes del porqué - se encuentran intranquilas al anochecer. Almas que estremecen los cuerpos que habitan y no les permiten conciliar el sueño.

Lo sorprendente de este fenómeno es que sucede sin darnos nunca cuenta... Simplemente un día nos levantamos, et voilà!: la flor perdió parte de su vestimenta, la luna escondió parte de su cuerpo y nosotros, sin más, estamos incompletos. No habíamos reparado en ello pero lo cierto es que desde hace mucho dejamos atrás algo. Sí, sí... nos cuesta reconocerlo, pero dejamos atrás a alguien. Dejamos hace miles de kilómetros, hace ya casi una década; a la mujer, entonces niña, que tanto nos dio y que tan poco nos pedía.

Los amores de la infancia son los más románticos, los más puros, y es por ello que nunca los olvidamos. El primer roce de manos, los primeros mordizcos en el hombro, las primeras risas cómplice. Fui el primero en plantar la bandera en sus labios, y aunque entonces mis ojos miraban hacia otro lado, aquel beso hoy cotiza por las nubes, pues es el único del que podemos intentar recordar el sabor el uno del otro.

¿Cómo es posible que en ocasiones, aun estando en extremos opuestos del planeta, pareciera que aquella niña, ahora mujer, estuviera más cerca mío que muchos maniquíes que me rodean al pasear por calles europeas? ¿Cómo no nos hemos olvidado el uno del otro, como todos? ¿Cómo podré conciliar el sueño con esta incomplitud de la que ahora soy un testigo más?

lunes, 27 de junio de 2011

No lo sabes

Tendemos a pensar que nadie nos observa, que pasamos desapercibidos entre el resto de los mortales. Que nadie nos observa al beber esa fría cerveza, desde la misma botella; cómo disponemos los labios y cómo en ocasiones cerramos levemente la mirada. Que nadie nota cómo levantamos aristócratamente nuestro dedo al beber el té, o el café, incluso a veces simplemente leche con miel. Que nadie nota lo torpes que somos al bajar las escaleras, o al subirlas. Que nadie se da cuenta de lo despistados que vamos hacia casa por las noches, a veces hablando solo mentalmente, ¿o no? tal vez en alguna ocasión incluso gesticulando.

Lo cierto es que nos observan, lo sé porque yo mismo soy parte de ese gremio de personas que reparan en detalles como la persistencia que en ocasiones se necesita para capturar una patata del plato que se resiste a ser devorada, para que justo antes de llegar a la boca nuestro tubérculo pierda el equilibrio y se precipite de nuevo a lo que ya se convierte en un verdadero campo de batalla. Esta mañana un hombre dos mesas alejado de mí en el bar mantenía este tipo de lucha.

Así, con el disimulo del experto en observar sin ser observado; sin que ella lo note, la analizo detrás del vaso que ahora cubre parte de su cara. Sus uñas son perfectas y no necesitan ningún artificio para serlo. Ahí, a través del cristal, la veo desfigurada. No, tampoco sirve... No es suficiente porque en cuanto posa el vaso de nuevo sobre la mesa vuelvo a ser consciente de la belleza de su rostro. Mientras tanto reímos sin parar, a veces sin saber por qué.

domingo, 5 de junio de 2011

Abrirse y Cerrarse


No pude hacer otra cosa. Los sollozos eran suficientemente fuertes como para llamar la atención de todo el vagón de tren. Normalmente en mis trayectos hacia el trabajo disfruto de la lectura, Murakami tocaba esos días. Aquel en concreto no pude hacerlo: coloqué el separador en la página 225 y cerré el libro. Me levanté. Me desplacé despacio hasta situarme a su lado. La vi.

Me contó su historia mientras se secaba las últimas lágrimas:
"Enamorarse es como salir a la calle sin abrigo" me dijo cuando instintivamente me sorprendí abrazándola.
"Igual que las flores al amanecer, solo que ellas se abren al mundo, y nosotros nos abrimos a las personas. ¿Pero qué hacemos cuando, simplemente, desaparece esa persona a la que estamos queriendo tanto? Un día está aquí y al otro ya no. Sin manera de comunicarme con él, lloro cada noche antes de dormir. Es mi ritual desde ese día."
"Estuve mucho tiempo esperándole, con las ventanas y las puertas abiertas. Pero hoy he decidido ponerme esta bufanda, cerrar las ventanas y destruir el sol".

Abrirse y cerrarse. El binomio que lo cambia todo. La abracé más fuerte, mi parada llegó pero no me bajé.

lunes, 23 de mayo de 2011

Peter Pan

Tenía entre 6 y 8 años cuando caí en algunos hechos:

- No podemos dejar de pensar cuando intentamos dejar de hacerlo de forma consciente.
- Las ideas son producto y asociaciones de un conocimiento previo que llegó a nosotros.
- Todo parece tener un opuesto.
- Recoger la basura que uno se encuentra por la calle y tirarla a una papelera no es algo común.

- Recordamos de forma involuntaria momentos muy felices y muy tristes.
- Empecé un experimento con mi cerebro: andando con mi madre en un día de compras, decidí que iba a recordar por el resto de mi vida esas baldosas, esas escaleras, esas tiendas, ese momento tan trivial.
- Me hice un absoluto fanático de lo magnético, y la magia de los imanes.
- Descubrí a los Beatles.


Aún hoy recuerdo ese día y esas tiendas. Podemos recordar momentos triviales también simplemente proponiéndonos recordarlos.

Lo inesperado que he descubierto con ello es que al hacerlo puedo llegar más fácilmente a otro momentos de aquella época. Esto alimenta mi ya de por sí obeso síndrome de Peter Pan.

domingo, 1 de mayo de 2011

"Caminando en línea recta no puede uno llegar muy lejos." - Le Petit Prince

Sus maestros, seres despreciables como ellos solos, le acusan de ser tímido, de ser raro. Les enerva que los observe y los dibuje, que les haga un corazón pintado de negro. Dicen de él "el típico niño mediocre, que nunca se casará, que acabará trabajando en el pequeño negocio familiar y viviendo de sus protectores padres hasta recibir una pequeña herencia, que morirá solo pues no tiene amigos y no pretende tenerlos". Sus compañeros detestan su "olor a pintura reseca" y no pueden evitar sentir un gran odio al observarle; tan ensimismado entre las plantas del patio, tan ajeno al común bullicio de los partidos de fútbol, tan distante y a la vez tan extrañamente sereno.

La maestra ha citado a su madre, le ha comentado atentamente que Aráe lleva semanas sin escuchar sus clases, que se dedica a dibujar distintas especies de árboles; álamos, pinos y acacias principalmente. Todos con la particularidad de estar al revés, con las raíces aguantándose en las nubes y las ramas rozando el suelo con sus largas hojas, verdes y amarillas. Lo peor es - la maestra continuaba con semblante preocupado su relato- que alrededor suele pintar arcoíris de mil colores, por los que resbalan felices elefantes y jirafas con alas. Para ella era un sinsentido que solo reflejaba el retraso mental que intuía Aráe poseía. Para él, era su mundo perfecto.
Tenía por costumbre no mirar la televisión; lo decidió desde que un día, mientras comía, observó los horrores de las guerras del norte de África que recientemente habían acaecido. Sus padres lo tuvieron realmente difícil para convencerle de ir al cine después de explicarle que es como un televisor gigante. "Cuanto más grande, más sufrimiento"dedujo él, así que prefirió durante años no asistir y quedarse en casa. El tiempo que estaba solo era lo mejor del día. Aráe podía por fin utilizar la caja de herramientas de papá y destornillar las diferentes partes de sus juguetes. Lo cierto es que le encantaba hacerse con los pequeños motores de los coches policía que pedía a sus padres cada cumpleaños. Entonces abría su cajón secreto y sacaba las diferentes paletas de helado que había ido coleccionando durante meses y uniendo los cables con una pila en sus respectivos polos, creaba pequeños ventiladores que servían de sistema de refrigeración para su ciudad en miniatura. Su ciudad, como no podía ser de otra manera, carecía de ejército y de moneda. La forma de intercambios se daba mediante la cadena de favores. El grupo de sabios, en los que contaban todos sus muñecos de elfos, había recomendado al pueblo un sistema de petición y otorgamiento de tres favores al mes por parte de cualquier miembro de la "demos" hacia cualquier otro miembro. Aráe estaba convencido de que su sistema era mejor que el existente en la vida real. Las personas se acostumbrarían a otorgar cualquier tipo de favor una vez al mes un número limitado, para que los favores sean bien pensados.

Aráe, como sus amigos, acabó creciendo. Sus amigos soportaron el choque con la realidad muy bien, entendieron que sus sueños eran infantiles; o al contrario, que podrían por fin disparar balas de verdad. Aráe no lo soportó. Su cabellera rubia se convirtió pronto en blanca y su lucha le acabó consumiendo... "¿Tal vez solo queda adaptarse, tal vez solo queda ser uno de ellos?" escribía en sus últimos días.

viernes, 22 de abril de 2011

Placeres

Se deja arrastrar por las calles de Barcelona. Lo que la mueve es la brisa de la primavera y los olores a pan recién hecho que emanan de los hornos de esas interminables calles.
El cielo es color grisáceo con tonos rojizos y amarillos, mientras el sol se dispone a realizar su mejor función. Las nubes, inmóviles, parecen pintadas en acuarela.
Sin querer, una aparente librería tiene la desdicha de tropezar con ella, de atropellarla. Leyla, aturdida aún, decide sumergirse entre sus paredes. Será, esta mañana, su primer parada.
Adora los pequeños placeres de la vida. Uno de ellos lo encuentra en lo que sutilmente denomina "el olor a recuerdos" que puede uno inspirar entre las páginas de un viejo libro. Para su suerte, la librería es de segunda mano. Disfrutó tanto saboreando recuerdos, ya sea en las arrugadas páginas de Tolstoi o en las portadas casi rotas de Dickens que allí la esperaban. Por poco y nada decidió marcharse con un enorme tesoro; dedicada con amor a una hija, un padre había obsequiado en 1851 una de las primeras ediciones de Moby-Dick. Adoraba imaginar cuántas risas y lágrimas despertaría en aquella pequeña los geniales párrafos de Melville. Se convertiría en su tienda de libros preferida.
Podría quedarse a vivir rodeada de libros, pero presentía que la mañana aguardaba más sorpresas. Ciertamente, no tardó en llegar. Esta vez aparentaba ser una simple juguetería, pero Leyla adoraba jugar. Jugar tan seriamente como cuando era una niña. No era una juguetería de segunda mano, aunque ello habría sido sin duda el "no va más" de las suertes mundiales. Aun así, no tardó en encontrar una de las antiguas muñecas de trapo, con la cara pintada a mano y el pelo de lana. También compró un juego de ajedrez. No el que estaba en buen estado, sino el que observó venía con defectos en la madera, grietas y algún que otro golpe. Aquel tablero que había ido siendo separado para coger los tableros de debajo, aquel que nadie iba a llevarse y que el tendero estaba a punto de tirar. Para Leyla, era otro tesoro en su día.
Los errores de fábrica en los objetos que solía adquirir, mientras no mermasen completamente la función esperada, eran la principal arma para enamorarla. Para ella, el error simbolizaba el trabajo humano, el error significa que aún se puede mejorar. Además, solía argumentar que lo perfecto es aburrido, lo perfecto es frío, metálico. Para ella, esos defectos en muchos casos son "la forma de comunicarse que tiene un trabajador con su público, la forma de ser recordado".
El resto del día caminó sin rumbo, como siempre, hasta llegar a un enorme árbol en las afueras de la ciudad. Allí decidió sentarse y aspirar el polen que la rodeaba. Leyó horas. Luego, se dejó ganar una partida de ajedrez en una encarnizada lucha que mantuvo con una ardilla de la zona.
Sin duda, uno de sus mejores días.