viernes, 22 de abril de 2011

Placeres

Se deja arrastrar por las calles de Barcelona. Lo que la mueve es la brisa de la primavera y los olores a pan recién hecho que emanan de los hornos de esas interminables calles.
El cielo es color grisáceo con tonos rojizos y amarillos, mientras el sol se dispone a realizar su mejor función. Las nubes, inmóviles, parecen pintadas en acuarela.
Sin querer, una aparente librería tiene la desdicha de tropezar con ella, de atropellarla. Leyla, aturdida aún, decide sumergirse entre sus paredes. Será, esta mañana, su primer parada.
Adora los pequeños placeres de la vida. Uno de ellos lo encuentra en lo que sutilmente denomina "el olor a recuerdos" que puede uno inspirar entre las páginas de un viejo libro. Para su suerte, la librería es de segunda mano. Disfrutó tanto saboreando recuerdos, ya sea en las arrugadas páginas de Tolstoi o en las portadas casi rotas de Dickens que allí la esperaban. Por poco y nada decidió marcharse con un enorme tesoro; dedicada con amor a una hija, un padre había obsequiado en 1851 una de las primeras ediciones de Moby-Dick. Adoraba imaginar cuántas risas y lágrimas despertaría en aquella pequeña los geniales párrafos de Melville. Se convertiría en su tienda de libros preferida.
Podría quedarse a vivir rodeada de libros, pero presentía que la mañana aguardaba más sorpresas. Ciertamente, no tardó en llegar. Esta vez aparentaba ser una simple juguetería, pero Leyla adoraba jugar. Jugar tan seriamente como cuando era una niña. No era una juguetería de segunda mano, aunque ello habría sido sin duda el "no va más" de las suertes mundiales. Aun así, no tardó en encontrar una de las antiguas muñecas de trapo, con la cara pintada a mano y el pelo de lana. También compró un juego de ajedrez. No el que estaba en buen estado, sino el que observó venía con defectos en la madera, grietas y algún que otro golpe. Aquel tablero que había ido siendo separado para coger los tableros de debajo, aquel que nadie iba a llevarse y que el tendero estaba a punto de tirar. Para Leyla, era otro tesoro en su día.
Los errores de fábrica en los objetos que solía adquirir, mientras no mermasen completamente la función esperada, eran la principal arma para enamorarla. Para ella, el error simbolizaba el trabajo humano, el error significa que aún se puede mejorar. Además, solía argumentar que lo perfecto es aburrido, lo perfecto es frío, metálico. Para ella, esos defectos en muchos casos son "la forma de comunicarse que tiene un trabajador con su público, la forma de ser recordado".
El resto del día caminó sin rumbo, como siempre, hasta llegar a un enorme árbol en las afueras de la ciudad. Allí decidió sentarse y aspirar el polen que la rodeaba. Leyó horas. Luego, se dejó ganar una partida de ajedrez en una encarnizada lucha que mantuvo con una ardilla de la zona.
Sin duda, uno de sus mejores días.

sábado, 2 de abril de 2011

Nota al despertar

Siempre fuiste tan victimista. Llegado el momento odié tus lágrimas, tus sollozos con eco en la ducha, tus uñas dentadas y la causa, esos nervios que afloraban cuando estabas solo.

Siempre tuviste demasiado miedo. Llegado el momento odié tus tartamudeos al preguntarme si te quería, tus llamadas a media noche y esa inseguridad que exhalabas al decir palabra.

Tuvimos un hijo y se llama tedio, nuestro fruto envenenó nuestras ramas. El tedio se apoderó de nuestras vidas.

Al despertar, haz la cama, recoge tus cosas y márchate. Estaré en la cama de otro. No me busques. Huye de mí pues solo te haré daño. Huye de mí pues no soy para ti y tú menos para mí.